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  José Ginés

José Ginés y Marín fue un escultor español nacido en Polop el 29 de marzo de 1768 y fallecido en Madrid el 14 de febrero de 1823. Se comenzó a formar en la escuela de Polop y de la mano de su tío Mossén Ginés, pero pronto pasaría a la Academia de San Carlos en Valencia y posteriormente en la de San Fernando en Madrid. Su obra fue bien valorada y recibió varios premios a lo largo de su carrera. Fue nombrado Escultor de Cámara honorario del rey Carlos IV en 1794 y 1799 estuquista de cámara (donde comenzó a trabajar realizando estucos para La Casita del Labrador de Aranjuez y el Real Sitio, también en el Palacio Real).

 

En 1816 ascendió Primer escultor de cámara de su sucesor, Fernando VII, a la muerte de Juan Adán. Paralelamente en 1814 ya había sido nombrado académico de mérito en San Fernando donde luego sería teniente director de escultura y director de sección. Fue nombrado director de la Academia junto a Pedro Hermoso el 6 de noviembre de 1817.

Sus primeras obras premiadas Apolino (barro cocido) y Convite de Dionisio «El Tirano» a Damocles (relieve en barro cocido) aún se conservan en la Academia. Falleció repentinamente en 1823 hecho que truncó una carrera excepcional.

Su versatilidad le permitió afrontar el barroco más absoluto y al mismo tiempo adentrarse en el neoclasicismo, prueba de ello resultan sus encargos más famosos.

Entre 1789 y 1794 realizó un enorme ciclo de esculturas en barro cocido y policromado (la Matanza de los inocentes) por encargo del entonces Príncipe de Asturias, don Carlos IV, para complementar el aún hoy conocido Nacimiento o Belén del Príncipe. El conjunto llegó a contar con hasta 5950 figuras, incluida otra serie en la que también participó Ginés, la adoración de los pastores. En todas ellas hizo gala de sus dotes artísticos desafiando las formas del barroco a su máxima expresión; las contorsiones y el color de las figuras son fiel prueba de ello. Para tal encomienda contó con la ayuda de maestros como Francisco Bellver y Llop o José Esteban Bonet. Aquel fastuoso belén fue perdiéndose con el paso del tiempo, entre las particiones hereditarias a la muerte de Carlos IV y el desinterés en que se vio sumida aquella tradición,​ hasta que en las últimas décadas del siglo XX ha tenido un nuevo resurgir.

Las piezas que aún subsisten (alrededor de treinta y dos, algunas con muchas perdidas) fueron confiscadas junto con todos sus bienes por ordenes del Rey Fernando VII a su hermano el infante don Carlos María Isidro y depositadas en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando donde aún se conservan.

Por su parte el grupo Venus y Cupido que originalmente fue creada para decorar el Casino de la Reina de donde pasó a las colecciones reales y a las del Museo de Arte Moderno hasta su vinculación definitiva al Museo del Prado; es un mármol de carrara con vetas del más estricto orden estético neoclásico, toda una hazaña para un escultor que nunca salió de España. La factura clásica es absoluta, puede decirse que la antítesis en todos los sentidos de aquel colorido contorsionado barroco de las figuras de la Matanza. Señalan los expertos que debió tomar como modelo de inspiración además de los vaciados de la Academia, la famosa obra de la Venus de la Alameda de Juan Adán, que era la pieza central del Abejero del Parque de El Capricho de los duques de Osuna y que pertenece a Alicia Koplowitz.​

La excelencia del conjunto de Ginés es tal que ha sido desde entonces una pieza de referencia en cuanto a la estética del neoclasicismo español.​ Durante la mayor parte del siglo XX Venus y Cupido permaneció como préstamo del Prado en el Museo San Telmo de San Sebastián, aunque lamentablemente no se encuentra actualmente (2021) expuesta al público..

Obras

La matanza de los inocentes

José Ginés estuvo dedicado durante diez años al modelado en terracota de figuras preciosistas que, formando impactantes escenas de fuerte carga teatral, presentaban la narración evangélica en torno a la sangrienta y despiadada decisión del rey Herodes.

La colección se compone de grupos de soldados y verdugos que con violencia arrebatan y sacrifican las criaturas de un conjunto de madres desesperadas, que en unos casos defienden y protegen a sus hijos, llegando incluso a atacar a los esbirros, y en otros expresan su desconsuelo al contemplar a sus hijos degollados.

En la interpretación de este tormentoso pasaje, José Ginés acentúa el carácter violento de los personajes, resaltando el dolor y el sufrimiento mediante escenas cargadas de tensión y sin concesiones a la mínima compasión. Aunque todos los personajes participan de la misma persecución, el escultor sabe infundir a cada figura una forma personalizada de reaccionar ante el trance, plasmando matices personales en cada una de las figuras, de modo que quedan reflejados con vehemencia sentimientos de violencia, miedo, odio, sadismo, indignación, incomprensión, desesperación, instinto maternal, etc., utilizando para ello el expresivo lenguaje de la gesticulación y de las manos, acompañado de un movimiento vehemente y de contorsiones anatómicas que proporcionan una fuerte carga dramática.

Si el sentimentalismo de las figuras recoge la herencia barroca de tan fuerte raigambre hispánica, así como influencias genovesas y napolitanas dieciochescas, algunas de las figuras muestran resabios propios de la escultura neoclásica, como se aprecia en detalles de las vestiduras y tocados, así como en el uso de veladuras para crear el efecto «velato», muy admirado en la época. En ello se aprecia la versatilidad del escultor, que hace gala de adaptación a los diferentes lenguajes para adaptarlos a sus necesidades expresivas.

La figuras, que van montadas sobre pequeñas plataformas y se ajustan a diferentes escalas para crear un efecto de profundidad, se acompañan del gusto por los postizos propios del momento, como ojos de cristal, lágrimas fingidas, etc., con unos colores en la policromía que denotan la influencia de Salzillo en el ámbito levantino.
Parte de aquella colección escultórica del Belén del Príncipe pasó a poder del infante don Carlos María Isidro, si bien, tras la requisa de sus bienes en 1837, ingresaron en la Real Academia de San Fernando cuarenta y siete grupos y figuras, entre ellos el magnífico conjunto de la Matanza de los Inocentes.

Esta meritoria serie ha conocido un paulatino proceso de restauración por la institución madrileña durante la década pasada, liberándose en el proceso, tanto peanas como figuras, de restos de antiguas restauraciones, entre ellos repintes, adhesivos, barnices, encerados y suciedad general, procediéndose, cuando ha sido conveniente, al estucado de pérdidas volumétricas, algunas reintegraciones cromáticas y aplicación de una capa protectora final.
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