
Santuario de Loyola (Guipuzcoa)
El santuario y basílica de Loyola es un complejo monumental y religioso construido alrededor de la casa natal de Ignacio de Loyola (para los católicos, san Ignacio de Loyola), fundador de la Compañía de Jesús, conocida como los Jesuitas. Se encuentra en el barrio de Loyola del municipio guipuzcoano de Azpeitia en el País Vasco (España). El santuario se ubica a orillas del río Urola entre las poblaciones de Azpeitia y Azcoitia.
Ignacio de Loyola, que en realidad se llamaba Íñigo López de Loyola, era hijo del señor de Loyola, Beltrán Ibáñez de Oñaz (cabeza de los Oñacinos), y de la ondarresa Marina Sánchez de Licona, miembro de una importante familia oñacina vizcaína. Nació en el año 1491 en la casa torre familiar sita en Loyola.
La Compañía de Jesús se convirtió en una poderosa institución que tenía mucha influencia en la cúpula dirigente católica. Ignacio, su fundador, fue nombrado santo y, como era lógico, su casa natal pasó a ser un lugar de devoción. Cuando en el siglo XVII la casa torre donde había nacido fue cedida a los jesuitas, estos construyeron allí, alrededor de la casa natal de su fundador, todo un complejo religioso en el cual destaca su basílica.
Junto con el santuario de Aránzazu es el más importante de la comunidad autónoma del País Vasco.
El santuario de Loyola es un amplio conjunto de monumentos alrededor de la casa natal de Ignacio de Loyola. Ocupa una amplia extensión y entre los monumentos el que destaca por su relevancia es la basílica, coronada por una gran cúpula que está flanqueada por dos edificios de 75 m de longitud cada uno de ellos y con un cuerpo trasero. En el conjunto, que abarca una extensión de 10 000 m² de suelo y más de 40 000 m² construidos, predomina el estilo barroco. La piedra caliza, que procede del vecino macizo rocoso del monte Izarraitz, es el material básico utilizado en su construcción.
El edificio principal
Concebido como Real Colegio de Loyola, el núcleo del complejo religioso es un gran edificio de mármol que desarrolla un color dorado con la luz de la puesta del sol y tonos gris y duquesa. Sus enormes medidas y su concepción como relicario que contiene la Casa Santa y como gran águila de piedra, en la que en la parte central de su fachada principal se alza la basílica circular cubierta con la gran cúpula esférica.
La elevación en la que se sitúa la Casa Santa ha sido salvada por un zócalo de piedra. Sobre él se alzan los tres pisos en dos alas que flanquean la basílica en un cuidado equilibrio de volúmenes. En el interior los tránsitos están acabados en bóvedas que se apoyan en arcos formeros transversales que apoyan en ménsulas y pilastras, todo ello de mármol labrado blanco, al igual que los huecos de las puertas. Hay cuatro áreas diferenciadas y referentes: las escaleras imperiales, una en cada lado, el refectorio y el ante-refectorio.
Escaleras imperiales Una de las modificaciones sobre el proyecto original de Fontana fue la construcción en sendos patios de dos escaleras imperiales que comunicaban, verticalmente, los pisos de cada ala. Martín de Zaldúa ocupó dos de los patios interiores que había proyectado Fontana con unas escaleras de gran formato y varios tramos de las llamadas imperiales. La parte superior de las mismas está adornada con las estatuas: la del ala sur de los primeros santos de la Compañía, la del ala norte de los papas que han tenido especial relación con los jesuitas. La escalera del ala norte se llama escalera de los Papas y la del ala sur escalera de los Santos.
La construcción de las escaleras entró en polémica cuando el superior de Loyola, Andrés de Zúpide, mandó parar las obras en 1693 al tocar la estructura de las escaleras de la Casa Santa. Cinco años después Zaldúa convenció al Padre Provincial de Castilla, Salvador de Ribadeo, y al Padre General, Tirso González de Santalla, de que las escaleras, en particular la del ala sur que fue la primera que se realizó, eran el ascenso monumental a la capilla de la Conversión, y una vez obtenido el visto bueno se reanudaron los trabajos hasta su terminación, aún durante el parón debido a la guerra de la Sucesión.
Las escaleras se configuran con la alternancia, entre cada piso, de cuatro tramos laterales con dos centrales. La caja de la escalera está cubierta por dos bóvedas de arista con una cúpula en el medio adornada con un florón de madera. En el último piso están los pedestales sobre los que se ubican las figuras, de los santos en el ala sur y de los papas en el norte.
Ante-refectorio Tanto el ante-refectorio como el propio refectorio están cuidados marcando un determinado carácter que conjuga, en equilibrio, la elegancia y la sobriedad. Los muros están calados en blanco y rematados por mármol del mismo color. En el ante-refectorio hay una fuente octogonal en mármol jaspeado bajo las bóvedas, que se apoyan en columnas de mármol negro.
Refectorio Una gran representación de la Última cena cubre una de las paredes del refectorio. El cuadro fue pintado en Roma por Philadelphius Larganus Siculus en 1758. La decoración es referente a la Compañía; san Ignacio, escribiendo sus ejercicios espirituales preside la sala en cuyas paredes cuelgan retratos de los cardenales que fueron jesuitas. Destacan también los dos armarios servilleteros del siglo XVIII.
La basílica
Si la Casa Santa es corazón interior del santuario de Loyola, la basílica es el exterior. Destacada en el centro de la gran fachada del edificio del Real Colegio, está dominada por su gran cúpula y precedida por un amplio pórtico de tres vanos al que se sube por una gran escalera. El barroco dominante toma en el pórtico la variación churrigueresca llenando con multitud de adornos sus paredes. Un gran arco se abre sobre una magnífica escalera mostrando una simetría perfecta.
La casa de Austria fue la impulsora de la construcción del santuario, pero este se realizó bajo la dinastía de los Borbones. Por ello sobre el pórtico se ubica un gran escudo de los Borbones. Bajo el techo en el pórtico se hallan las estatuas de san Ignacio, san Francisco Javier, san Francisco de Borja, san Luis Gonzaga y san Estanislao de Kostka realizadas por el escultor italiano Gaetano Pace y por el cántabro Miguel de Mazo, a quien se le encargó la finalización del proyecto a la muerte de Pace en 1738.
Las puertas principales son de madera de cedro del Líbano que se complementa, en el resto de la instalación, con madera de caoba. El conjunto de acceso está flanqueado por dos columnas salomónicas a las que corona un frontón curvo partido.

En el interior, el churrigueresco lo inunda todo. Está realizado en mármol con mucho dorado, con un piso del mismo material dibujando un gran mosaico.
La planta es circular con una diámetro de 33 m que está rodeada por ocho arcos de dos tamaños diferentes, dejando un espacio central de 20 m de diámetro. El mármol de los arcos es negro y los capiteles de sus columnas son de orden corintio, todo ricamente adornado. Sobre las claves de los arcos se marcan las siguientes letras y sílabas: en los mayores las iniciales del lema Ignaciano: AMDG, Ad Maiorem Dei Gloriam (a mayor gloria de Dios), y en los pequeños las sílabas "VI", "VA", "JE" y "SUS" que forman la frase Viva Jesús.
Recorriendo todo el perímetro del templo se emplaza un balcón con barandilla de hierro forjado que descansa sobre una cornisa repleta de modillones separados por metopas, todo ello ricamente ornamentado. El balcón tiene de fondo un friso en el que figuran dibujos con temas militares y las dos vidas de Ignacio: la alegoría de Íñigo soldado sobre la entrada y la de Ignacio fundador sobre el altar.
El cancel, que complementa las puertas de entrada, es de caoba. Sobre él está el coro en el que hay un órgano fabricado por Aristide Cavaillé Coll en 1889. Tiene 2172 tubos.
El templo se inauguró en 1738 y se consagró en 1888 y 1889. Como testigo de esas consagraciones hay dos lápidas a ambos lados de la puerta principal. El templo del santuario de Loyola fue declarado basílica menor en 1921 por el papa Benedicto XV.
En las reformas del año 2002, se adelantó el presbiterio hasta el umbral del arco que lo enmarca para que se pueda dar el giro total a la nave circular.
La cúpula
El tambor en el que descansa la cúpula es luminoso. En él se abren ocho grandes ventanas. Las paredes entre las ventanas están ricamente ornamentadas, lo mismo que las pilastras que separan cada paño y sobre las que se apoya la nervuda de la cúpula.
La cúpula tiene un diámetro de 20 m y una altura de 50 m. Está rematada en una linterna de 15 m, con lo que la altura total, desde el suelo, es de 65 m.
La estructura de la cúpula es doble. Hay una cúpula externa, hecha de piedra caliza, y otra interna de arenisca, mucho más blanda y fácil de trabajar. Entre ambas hay una separación de medio metro.

Rodeando la base de la cúpula, sobre el tambor, hay un balcón con barandilla de hierro en el que se ubica, en cada arranque de los nervios que conforman la cúpula, la representación alegórica de las ocho virtudes6 realizadas en estuco por el italiano Gaetano Pace entre 1734 y 1738 bajo diseño del francés Juan de Lane en 1732.
En los lienzos que componen las paredes de la cúpula están representados, labrados y policromados, los escudos de la casa de los Austrias y de los Borbones.
Por diversos motivos estructurales, achacados al diseño y a los problemas de la construcción, ambas cúpulas, la interna y la externa, han tenido que ser restauradas y reforzadas a finales del siglo XX y a principios del siglo XXI con una compleja red de cables de acero, la exterior, y con una compleja intervención, la interior.
El altar mayor
Ignacio Íbero fue también quien diseñó el altar mayor que se realizó entre 1750 y 1757. Es de estilo churrigueresco con un gran trabajo en mármol, en donde se incrustan diferentes tipos de mármoles en otros, utilizando la técnica de taracea. Dos grandes columnas salomónicas flanquean el altar. En la predela hay decoraciones, hechas también en mármol, basadas en simbología militar y con alusiones a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
El equilibrio de volúmenes, que es una constante en todo el conjunto, se mantiene en el altar, en el que destacan el templete de exposición del Santísimo y la estatua en plata de san Ignacio de Loyola. Esta estatua es el cumplimiento de un voto de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y fue realizada en Roma en 1741 por el valenciano Francisco de Vergara y ejecutada en plata por el platero alemán Joseph Bauer (en esta obra firmó como Giuseppe Agricola poniendo marcas de platero "GA"). Se colocó en el altar en 1758. Se complementa el altar con las imágenes de san José y san Joaquín.
Hay otros seis altares más dedicados al Corazón de Jesús, realizado por Granda; a la Virgen del Patrocinio, realizado por Luis Salvador Carmona; san Francisco Javier; san Francisco de Borja; san Pedro Claver y san Alonso Rodríguez, estos cuatro últimos santos jesuitas españoles.
Para adaptar el altar mayor a las normativas litúrgicas surgidas del Concilio Vaticano II, se ha dotado a la basílica de un altar portátil que se sitúa enfrente del altar mayor.

El carillón y el reloj
La basílica de Loyola dispone de campanas desde su inauguración. Como casi siempre, las campanas tienen nombre propio; en el campanario de Loyola tenemos las siguientes:
La campana San Luis Gonzaga, que se fundió en 1738, año de la inauguración de la iglesia. Es la grave de las medias.
La campana San Francisco Javier Apóstol de las Indias conocida como campana mayor de la Iglesia, de 113 cm de diámetro, con la inscripción ET VERBUM CARO FACTUM EST. Se fundió en 1760 y es la que da las horas. Esta campana toca también nueve campanadas, distribuidas en grupos de a tres a las doce del mediodía.
El reloj está sincronizado por radio asegurando así su precisión.
Los jardines
Al este del santuario, detrás de la basílica, se extienden los jardines privados del mismo. Se accede a ellos desde el colegio de Loyola y desde el centro de espiritualidad. Estos jardines son de uso privado para la comunidad y usuarios de los centros de espiritualidad y formación del complejo, así como de los hospedados en el mismo.
En 1948 se adquirieron los terrenos pertenecientes a los caseríos Muniategui y Aldakaitz que estaban junto a las instalaciones del santuario. Entonces se construyó un gran parque de 25 ha (antes tenía solamente cinco). Una parte de estos terrenos tenían un carácter agrícola. Se utilizaban para huerta y como plantación de árboles frutales. Con las obras que se llevaron a cabo con motivo de la visita papal de 1982 se dieron los pasos necesarios para su transformación íntegra en jardín.
En el borde de monte Erlepater se colocó, en 1895, una imagen de hierro fundido que representa a Nuestra Señora del Sagrado Corazón traída de París.
Forma parte de los jardines el cementerio del monasterio, que se sitúa en la ladera del monte Erlepater. Hasta 1867 los jesuitas se enterraban en la planta baja de la Casa Santa. Desde ese año en adelante se realizaron en el nuevo cementerio que poco después de su construcción quedó sin uso al ser expulsada la comunidad de España. En el año 2002 se encargó a Barboa la colocación de dos mosaicos en algunos nichos.
En el año 2000 se acondicionaron varios caminos y se colocó un monumento de bronce, obra de Antonio Oteiza, que recuerda la peregrinación al santuario de Aránzazu de un Ignacio de Loyola ya convertido.
Desde 2003 se ha venido ornamentando el jardín con diferentes elementos que estaban almacenados en el santuario, como columnas similares a las del altar mayor, pilas de agua bendita... Todo ello forma un conjunto integrado en un exuberante paraje natural donde abundan árboles típicos del país, como hayas y robles.

Museo Casa-Natal. La antigua Casa-Torre de los Loiola, la cuna de San Ignacio, se conserva rodeada por las paredes exteriores del Santuario, al lado de la Basílica.
Los miles de visitantes que se acercan hasta Loiola a lo largo del año tienen una parada obligada en la Casa de San Ignacio. Esta importante construcción se halla rodeada en su totalidad por las paredes de la fachada exterior del Santuario, lo que imposibilita su visión desde el exterior. Accediendo a través de una puerta lateral a la Basílica los visitantes se encontrarán con un pequeño patio presidido por una escultura de Iñigo de Loiola convaleciente en la camilla y, a su lado, la puerta de acceso a la Casa de San Ignacio.
Además de su importancia como cuna del santo, la Casa-Torre de Loiola tiene una amplia e importante historia que se pierde en los tiempos como casa solariega de los poderosos Loiola. Conservada casi en su totalidad, muestra en su fachada claras influencias del estilo mudéjar, consecuencia de su última reconstrucción, allá por el siglo XV.
El conjunto del Santuario está edificado en torno a un lugar que lo justifica: la Casa Torre medieval en la que Íñigo de Loyola, el futuro San Ignacio, nació en 1491 y se convirtió a Dios en 1521. El corazón de Loyola es esa Casa Torre, solar del linaje de Oñaz y Loyola, que hoy se conoce como la Casa Natal. Se compone de cuatro plantas:
La planta baja, con sus muros de casi dos metros de espesor, sus siete troneras ante una de las cuales está emplazada una vieja bombarda, sus cuatro recios pilares centrales de madera calzados en piedra, y su rudo pavimento de losas y guijarros, nos evoca la época medieval y feudal de la familia de Oñaz y Loyola, un linaje del que conocemos, a partir del siglo XIII, las 9 generaciones anteriores a la de Iñigo.
El primer piso, encerrado entre los recios muros de piedra de la vieja fortaleza, estaba dedicado a la cocina y a las habitaciones de la servidumbre. En la vieja cocina de la Casa Torre, amos y criados convivían en torno al fuego del hogar. Aquí se contaban las viejas historias del linaje, trasmitiendo así la cultura familiar.
El segundo piso pertenece ya a la parte de la Casa Torre reconstruida en ladrillo por el abuelo de Iñigo en 1460. Era la planta noble de la casa, en la que se hallaban las estancias del Señor y la Señora de Oñaz y Loyola y las habitaciones de representación: el Oratorio de la Casa, el comedor, y el Salón de Honor destinado a recibir a los huéspedes principales en las grandes ocasiones.
El tercer piso alberga la Capilla de la Conversión, esa habitación en la que Iñigo fue operado repetidas veces y en la que estuvo a punto de morir. La lectura de unas vidas de Santos y La vida de Cristo fueron abriendo ante Iñigo un nuevo mundo. Empezó a preguntarse si no podría hacer también él las cosas que habían hecho los Santos. Más aún, su voluntad se inclinaba a realizarlas. Poco a poco, lo que había empezado casi como un torneo consigo mismo, se fue convirtiendo en algo nuevo y distinto: inesperadamente, en esta habitación de convaleciente, Dios va enamorando a Iñigo, e Iñigo se va enamorando de Dios. -










































